La suerte del zurdo.

Hasta antes de entrar a la enfermería, Thomas había estado poco más que segurisimo de que el asunto no iba a pasar a mayores, de ahí la insistencia de que fuera solo y no interrumpieran el juego por su culpa: no debía ser el primero ni último practicante de baloncesto torpe que atendieran.

Entró en la enfermería que se hallaba en completo silencio, lo único que resonaban eran sus pasos al adentrarse en el sitio en busca de alguién que lo ayudará con su mano que parecía cada vez más hinchada.

Al no encontrar a nadie allí, decidió echar un vistazo a los botiquines. Ya había olvidado el tiempo que llevaba sin meterse nada. Comenzó a abrir todos los armarios y cajones, siempre con cuidado de no desordenar mucho para que no se dieran cuenta.

Escuchó algo parecido a un quejido, se puso alerta y cogió un par de cajas de pastillas, un frasco de tranquilizante y una aguja. Se guardó todo como pudo en los bolsillos de su pantalon y salió hacia de donde provenía el ruido.

Rodó los ojos al ver una chica allí, había pensado que era algún cuidador o vigilante. Se sacó una caja de pastillas y sin leer nada de las contraindicaciones, se llevó tres a la boca.

- Cualquier cosa, sírvete.-Le dijo a la chica, sentandose en una camilla.

Sacó las demás cosas de los bolsillos dejandolas a un lado, en la camilla. Comenzó a preparar la aguja para poder inyectarse aquello que habia conseguido pillar.

- Prefiero no saberlo.-Le contestó, sin mirarla. Concentrado en lo que hacía.

Extrajo con la jeringuilla el líquido del frasco, dejandolo casi vacío. Se miró ambos brazos, aunque era muy tonto elegir, el no sabía cual escoger. Aquello de pincharse no lo había hecho muchas veces, tan solo cuando no tenía suficiente para cocaína.